lunes, 16 de marzo de 2020

Reclusión, libertad o hedonismo

Las calles están vacías. Son la diana de muchos, que sacan la basura varias veces al día, que se ofrecen voluntarios para pasear al perro del vecino, ahora, en los momentos en los que no se sabe qué hacer con uno mismo. Momentos, ante todo, egoístas. Se ha notado en los supermercados, lugares en los que se ve de lo que somos capaces en momentos difíciles. Hacernos obesos a costa de que otros mueran de hambre. Vaya, esto me suena. Es la representación en pequeña escala del mundo. El norte, gordito, el sur, con las costillas al aire. De qué nos extrañamos. 

Y esto no es nada. Solo un bichito. 

Tenemos todo un repertorio de actividades en streaming. Muchas más que cuando éramos algo más libres, ¿libres? Queremos usar y tirar el tiempo como hacemos con el resto de cosas. Sólo somos unos envases.

Tenemos un virus que nos habla de lo que somos.  

Tenemos un virus que nos da la oportunidad de conocernos un poco más, de mirarnos, de vernos, y si con todo ello somos incapaces de cambiar, de darle la vuelta a ciertas cosas, para qué queremos ser libres. 

Ahora apreciamos lo que teníamos, nos lo tienen que quitar de las manos para que nos demos cuenta. Siempre hacemos lo mismo. No cuidamos los pequeños detalles, el cuidado, la atención, a la gente, a las cosas que conforman nuestro entorno, lo dejamos de lado, no tenemos tiempo, el tiempo, que gran enemigo, se nos escapa, nos boicotea. Ahora, que viene a darnos un espacio propio, lo anulamos, lo matamos con actividades superfluas. Lo usamos y tiramos. Nos vamos a dormir pensando que mañana tendremos más. Mañana haremos lo mismo. Malgastarlo.

El hedonismo ilustrado de Jose Mendez 1

Libres. Queremos ser libres. Lo que queremos es satisfacer nuestros egos. El propio placer. Hacer lo que nos de la gana. El resto del mundo no es cosa nuestra. Somos hedonistas. Esclavos de nosotros mismos. Solo pretendemos darle placer al cuerpo, comer, beber, fumar, divertirnos, sexo, y no nos damos cuenta de que detrás hay cosas más profundas. No miramos tan adentro. No tenemos tiempo. Nos quedamos en la superficie. Y luego queremos ser libres. 

Si es eso es ser libre, pronto esa libertad será el arma que nos aniquile.

Hoy seríamos capaces de matar a alguien que emite un estornudo. Tenemos miedo. Eso es lo que justifica todo lo demás. El miedo. El miedo a mirarnos. Si nos miráramos en un espejo que nos mostrara todo lo que realmente somos, nos avergonzaríamos de nosotros mismos. 

El espejo es una invitación a mirar más allá de la piel que nos envuelve. El hambre se palia compartiendo. Si no puedes satisfacerte compartiendo la comida con los demás, no te satisfará nada. Y eso, eso es ser un esclavo, no libre.

sábado, 14 de marzo de 2020

CIERRE TEMPORAL FORZOSO



 Resultado de imagen de calles vacias desoladas
Las calles vacías
Están limpias, los papeles, las colillas, las cáscaras de las semillas, los restos de las vidas que solían echar al suelo, no están.
Las calles silenciadas
Los pájaros extrañados no se atreven a aletear sobre ese asfalto tan uniforme, no lo reconocen, sólo algunas ruedas, giran lentamente queriendo acortar el tiempo, no gastar gasolina, llegar cuanto antes, y volver otra vez al silencio, no hay ni moscas, ni mosquitos, ni cucarachas.
Las calles mudas.
Los vecinos parecen haber aprendido el lenguaje de signos. Ahora. Por la necesidad. Algunos asoman su cabeza a la ventana. Quieren asegurarse de que lo han entendido bien.
Quédate en casa, hay grafitis pintados en las cabezas, la correspondencia virtual lleva la firma instalada, la televisión incorpora el hashtag, esa almohadilla delante lo graba en tu mente, es un bucle repetitivo, como un chip, las neuronas obedecen al miedo, no sales, te callas.
Las calles vigiladas
No sabes cómo, pero lo saben, si sales, si entras, si vas, si vienes, en la calle, claro, todavía, parece, que dentro de casa no hay ojos, crees, no estás segura, podría ser que el control se les fuera de las manos, cierras los ojos, piensas cosas que sólo sabes tú, te llega un whatsapp, te hablan de todo lo que no has dicho, de tu silencio.
Las calles tienen miedo
La soledad no es fácil.
Toda esa gente que pisoteaba una y otra vez bordillos y aceras, que contaminaba el aire con los tubos de escape, que hacia rodar el mundo a base de ruido, gritos, golpes, basura, deseos insatisfechos, hacían sentir a las calles su valía.
Las calles abandonadas
Las calles tristes
Las calles solas
Las calles tienen miedo.
Tú tienes miedo, te avergüenzas de cosas que querrías que pasaran, sólo son estrellas fugaces, sabes que esos deseos no se cumplen, miras al cielo, no es tan distinto, pero aquí abajo, el asfalto está frío.
Quizá ha cambiado algo.
Quizá todo está cambiando.
Los cambios dan miedo.
Quédate en casa, sigue resonando en el eco de la cueva en la que habitas.
Cuatro paredes pueden ser refugio o cárcel.
Quédate en casa, recomiendan, instan, ordenan.
El control está en las calles.
Ellas no lo perciben, pero los ojos revolotean silenciosos sobre los tejados.
Ya no entra ni el polvo a las casas.
Ni las palabras, ni las caricias, ni los besos.
Las puertas cerradas, el amor disperso, la sangre helada, como las calles, el sol sale, pero no sabe sobre quién derramar sus rayos, las ventanas también están cerradas, por si acaso.